¡Y hay poetas que son artistas y trabajan sus versos como un carpintero las tablas!

viernes, 25 de enero de 2008

Uno

Sol y Mar se encuentran,
reconocen, se pentran formando uno:
La Noche.

Dos

¡He aquí que soy el oscurísimo azul
donde se encienden las estrellas!
y es por mí, que las lámparas existen,
y que las amantes
¡Todas!
prefieren la noche para ser poseídas.

martes, 22 de enero de 2008

Que bello es empujar mi cuerpo contra el tuyo,
desguarnecidos
bajo árboles y estrellas,

aguijonear con luz la espesa negrura de tu páramo,
y entre susurros,
escuchar el morbo de los grillos,

todos tus dedos en mi espalda
¡ah! el viento que no sopla, deposita,
lentamente las hojas sobre el suelo.

Que bella es la muerte escondida
tras tu pelo, nos ve y sufre
larga y sucesivamente.

Que bello es desprender mi cuerpo del tuyo,
tenderme a tu lado, desde donde soy
la miserable sombra de una roca.

sábado, 19 de enero de 2008

«La Tostadora de Poe»


Rodeado por la controversia, un visitante misterioso, pagó su tributo anual en el sepulcro de Edgar Allan Poe, hoy sábado temprano, colocando tres rosas rojas y una botella media llena de coñac, antes de desaparecer en la oscuridad.

Casi 150 personas se dieron cita fuera del cementerio de la iglesia presbiteriana de Westminster, pero el hombre conocido como «La Tostadora de Poe» fue, como de costumbre, capaz de evitar que su anonimato fuese manchado por la muchedumbre, dijo Jeff Jerome, guardián de la casa y del museo de Poe.

El tributo sucede cada de 19 de enero, fecha del aniversario del nacimiento de Poe.
El misterioso visitante no dejó una nota, dijo Jerome, optando por no hacer muchos comentarios y responder a las preguntas planteadas en el último año sobre la historia y la autenticidad del tributo.

Sam Porpora, anterior historiador de la iglesia, quien condujo la lucha para preservar el cementerio, fue demandado el verano pasado por que supuestamente cocinó la idea de «La tostadora de Poe» en los años 70´s como truco publicitario.

Porpora, ha dicho: “Fui yo, en compañía de mis agentes de publicidad. “Era una idea promocional” dijo el ejecutivo publicitario anterior, del museo.

Jerome disputa las declaraciones de Porpora, y dice que el tributo comenzó en 1949, señalando como prueba, un artículo publicado 1950 en periódico The Evening Sun (Baltimore) que menciona: «un ciudadano anónimo entra silenciosamente, cada año, para colocar una botella vacía (de excelente etiqueta) sobre la tumba»

En 1993, el visitante dejó una nota que decía «La antorcha será pasada» Un hombre, que murió al parecer en 1998, había pasado la tradición a sus dos hijos, manteniendo encendida la llama de «El Tostador»

Jerome, invita a un puñado de entusiastas de Poe a reunirse dentro de la iglesia cada año, pero les invita también, a retener los detalles del tributo en un esfuerzo de ayudar a «La tostadora» a mantener su anonimato. Dijo que el visitante, usa sombrero y bufanda anchos, como Poe en el pasado.

«Lo reconocemos por su estructura, la manera de caminar», dijo. «Sería muy fácil para nosotros, visualmente, ver si es otra persona. Poe, que escribió los poemas y las historias del horror incluyendo «El Cuervo» y «El corazón indicador», murió el 7 de octubre de 1849, en Baltimore, a la edad de 40 años, después de derrumbarse en una taberna. El año próximo. Se cumplirán dos siglos de su nacimiento.

martes, 15 de enero de 2008

Cuarteto de Pompeya


Éste es uno de los poemas más hermosos que he leído en español, de esos que hacen que me tiemblen las piernas, esos que casi, casi se huele la escena que describe, hoy que el primer mes del año se dobla a la mitad, les dejo el bellísimo Poema de Fabio Morábito:


I

Nos desnudamos tanto

hasta perder el sexo

debajo de la cama


nos desnudamos tanto

que las moscas juraban

que nos habíamos muerto.


Te desnudé por dentro

te desquicié tan hondo

que se extavió mi orgasmo.


Nos desnudamos tanto

que olíamos a quemado,

que cien veces la lava

volvió para escondernos.


II

Me hiciste tanto daño

con tu boca, tus dedos,

me hacías saltar tan alto


que yo era tu estandarte

aunque no hubiera viento

me desnudaste tanto


que pronuncié mi nombre

y me dolió la lengua,

los años me dolieron.


Nos desnudamos tanto

que los dioses temblaron

que cien veces mandaron

las lavas a escondernos.


III

Te frotabas tan rápido

los senos que dos veces

caí en sus remolinos,


movías el culo lento,

en alto, para arrearme

a su negra emboscada,


su mediodía perenne.

Abrías tanto su historia,

gritaba su naufragio...


Nos desnudamos tanto

que no nos conocíamos,

que los dioses mandaron

la lava a reinventarnos.


IV

Te desmentí de cabo

a rabo devolviéndote

a tus primeros actos,


te escudriñé profundo,

hasta escuchar la historia

amarga de tu cuerpo,


pues sólo el amor sabe

cómo llegar tan hondo

sin molestar la sangre.


Esa noche la lava

mudó su paisaje en piedra.

Tú y yo fuimos lo único

que se murió de veras.

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En Pompeya, entre los tantos cuerpos petrificados por la lava y cenizas de la erupción del Vesubio, en el año 79, se conservan los de un hombre y una mujer en el acto amoroso.

viernes, 11 de enero de 2008

Muere el incansable zapoteca


El escritor y poeta mexicano Andrés Henestrosa murió ayer jueves en su casa en la Ciudad de México a los 101 años, informó su hija Cibeles Henestrosa, las causas del deceso no fueron dadas a conocer, y verdaderamente, a quién le importan.

Henestrosa, que se destacó por sus aportes al indigenismo, nació el 30 de noviembre de 1906 en Juchitán, Oaxaca, donde hasta los 15 años sólo conoció el idioma indígena de la cultura Zapoteca, edad en la que se trasladó a la Ciudad de México para iniciar sus estudios y aprender a hablar en español.
En 1927, siendo alumno de Sociología, su maestro Antonio Caso le sugirió que escribiera los mitos, leyendas y fábulas que refería oralmente. Esta fue la base de «Los hombres que dispersó la danza», publicado en 1929.
En ese libro recreó e inventó, en prosa llena de brío y eficacia narrativa, cuentos y leyendas de su tierra zapoteca, tomados del acervo popular. Tras su frescura tácita, late una orgullosa nobleza de su condición indígena, tan profunda como antigua. Su «Retrato de mí madre» (1940), es una de las páginas más hermosas de nuestra literatura, en que la evocación filial, ajena a todo sentimentalismo, se expresa con una elocuencia sobria y vigorosa.
En 1936 fue becado por la Fundación Guggenheim de Nueva York para realizar estudios acerca de la significación de la cultura zapoteca en América. Permaneció por breves temporadas en Berkeley, California; Chicago, Illinois; Nueva Orleáns; Louisiana; Nueva York, y otros lugares, siempre investigando en archivos y bibliotecas.
Fonetizó el idioma zapoteco, preparó el alfabeto y un breve diccionario zapoteca-castellano, en el que ese alfabeto se puso en práctica.
En Nueva Orleáns, al medir el año de 1937, escribió el «Retrato de mi madre (carta a Ruth Dworkin)», que junto con la «Visión de Anáhuac» de Alfonso Reyes, y «Canek» de Ermilo Abreu Gómez, es la obra mexicana más veces editada.
Como el mismo lo dijo alguna vez: «La vida es una historia que se debe cumplir y cada uno va cumpliendo los capítulos que le corresponden. En mi caso soy un libro con muchos capítulos concluidos». La muerte cerró el último capitulo de la novela llamada Andrés Henestrosa, dejando en nuestras manos una basta obra, que le permitirá seguir viviendo a través de sus libros.

lunes, 7 de enero de 2008

Explicación

Sesenta y seis noches ahondé en mi corazón, buscando entre mi cuerpo y mi alma un hilo que me llevase a la salida del laberinto. Desgasté mi rostro contra la angustura de los pasillos de este misterio, entre los ladrillos en los muros, pequeños agujeros dejaban que el Minotauro, siguiera con la vista mis pasos torpes y cansados, detrás de él, un tumulto, una nube de murmullos que decían: “no entiendo sus quehaceres”, “su corazón es una caja vacía”, “¿seguirá buscando ese hilo, ese que dice que es su nexo con la vida misma?”
Sesenta y seis noches palpé húmedos muros, prisionero de mi mismo, descubrí que la soledad no es el laberinto, la soledad la llevo en mí, como una extensa llanura donde habita mi corazón y ese, ese peculiar sonido del silencio, ese casi silbido en los oídos de la pureza y la verdad de la afonía.
También para un solitario, la soledad es un trabajo arduo y difícil. Pero también el amor es difícil, en el amor se pierde cada cual a sí mismo por el otro. Pierde igualmente al otro, y a muchos más que aun habían de llegar. Ahora desde una renovada soledad, veré de otra manera los horizontes, dejándome llevar por el flujo y reflujo de posibilidades. De mi corazón no queda nada sino un poco de hastío, desencanto y miseria, que seguirá haciéndose Poesía.